El Amor Nuevo Poema De Amado Nervo
El amor, siempre inspirador y cautivante, se convierte en el protagonista de este nuevo poema de Amado Nervo. En sus versos embriagadores y profundos, el poeta mexicano nos sumerge en un torbellino de emociones y nos invita a vivir intensamente ese sentimiento que nos hace vibrar.
El Amor Renace en Versos: Descubre el Nuevo Poema de Amado Nervo ❤️
El amor nuevo
Júbilo de mi amor ardiente,
amor que es para mí el único
y en el cual mi alma se hizo fuerte,
¡cómo quisiera ser poeta!
¡Cómo quisiera ser literato!
¡Saber decir más delicado!
Pero desde mi sombrío y viejo nido
mi amor canta tal como nace:
sencillo, espontáneo, desconocido.
No posee palabras el sentimiento
que penetra suavísimamente
en el cerebro y va a la garganta
y hace vibrar los labios cruelmente.
Quisiera que este amor mío viese
quién es aquel a quien tanto quiero:
soñara conmigo del mismo sueño,
rebuscara en mis ojos qué es lo que ocurre
cuando mis pupilas dejan entrever
un punto luminoso y oscuro.
Pero él no entiende nada de eso;
le parecería una locura:
no sabe ni siquiera, pobrecito,
si es noche o día, si reina sol o luna.
Tiene sólo diez y seis añitos,
¿qué le voy a pedir?
¡Si todavía no comprende
por qué ha de sufrirse y por qué ha de morirse!
Lo tiene todo y así, sin lucha;
sin luchar rinde su éxtasis puro.
Cuando sus lágrimas ven pasar un duelo,
sabe el porqué del duelo,
¡pero no lo sabe cuando llora!
Es tan hermoso verlo tan débil,
tan frágil como un junco temblón,
y ver cómo la vida lo consume
sin que él llegue a comprender su herida.
Y es tan hermoso ver cómo sonríe
tras la embriaguez de una boca amiga,
y ver cómo se turba; y pensar después:
«¡Qué tonto! ¡Si no sabe en qué se funda!»
¡Ay!, si un día quisiera conocerlo,
si se decidiera, si llegara a comprender,
¡qué inmenso gozo aquel que iba a tener!
¡Qué miedo a la vez daría!
Pues ya nunca más podría estar solo,
ni llorar, ni alegrarse,
ni sentir ni gozar ni padecer nada,
nada sin que él lo supiera.
Y en cualquier parte, en cualquier sitio
siempre lo vería, siempre estaría
ante mi amor, surgente y dominante,
un juez severo, un ídolo que ordena,
un Dios que con una voz tímida
me dice: «Soy tu amor, soy tu amo».
Mi amor es así, delicadito,
temo mucho por su pobrecita alma.
Le tengo miedo, pero me hace gozar
con su dulce vaivén y sus pasiones,
y él mismo me da vida y me arrebata
todo el sabor de mis canciones.
Si hiciese versos, ¿no serían ellos
los que habrían de hablar de su locura?
Locura de confusión y de gozo,
gozo infinito de oírme decir:
«¡Te amo!».
Júbilo de mi amor ardiente,
amor que es para mí el único
y en el cual mi alma se hizo fuerte,
¡cómo quisiera ser poeta!
¡Cómo quisiera ser literato!
¡Saber decir más delicado!
Pero desde mi sombrío y viejo nido
mi amor canta tal como nace:
sencillo, espontáneo, desconocido.
No posee palabras el sentimiento
que penetra suavísimamente
en el cerebro y va a la garganta
y hace vibrar los labios cruelmente.
Quisiera que este amor mío viese
quién es aquel a quien tanto quiero:
soñara conmigo del mismo sueño,
rebuscara en mis ojos qué es lo que ocurre
cuando mis pupilas dejan entrever
un punto luminoso y oscuro.
Pero él no entiende nada de eso;
le parecería una locura:
no sabe ni siquiera, pobrecito,
si es noche o día, si reina sol o luna.
Tiene sólo diez y seis añitos,
¿qué le voy a pedir?
¡Si todavía no comprende
por qué ha de sufrirse y por qué ha de morirse!
Lo tiene todo y así, sin lucha;
sin luchar rinde su éxtasis puro.
Cuando sus lágrimas ven pasar un duelo,
sabe el porqué del duelo,
¡pero no lo sabe cuando llora!
Es tan hermoso verlo tan débil,
tan frágil como un junco temblón,
y ver cómo la vida lo consume
sin que él llegue a comprender su herida.
Y es tan hermoso ver cómo sonríe
tras la embriaguez de una boca amiga,
y ver cómo se turba; y pensar después:
«¡Qué tonto! ¡Si no sabe en qué se funda!»
¡Ay!, si un día quisiera conocerlo,
si se decidiera, si llegara a comprender,
¡qué inmenso gozo aquel que iba a tener!
¡Qué miedo a la vez daría!
Pues ya nunca más podría estar solo,
ni llorar, ni alegrarse,
ni sentir ni gozar ni padecer nada,
nada sin que él lo supiera.
Y en cualquier parte, en cualquier sitio
siempre lo vería, siempre estaría
ante mi amor, surgente y dominante,
un juez severo, un ídolo que ordena,
un Dios que con una voz tímida
me dice: «Soy tu amor, soy tu amo».
Mi amor es así, delicadito,
temo mucho por su pobrecita alma.
Le tengo miedo, pero me hace gozar
con su dulce vaivén y sus pasiones,
y él mismo me da vida y me arrebata
todo el sabor de mis canciones.
Si hiciese versos, ¿no serían ellos
los que habrían de hablar de su locura?
Locura de confusión y de gozo,
gozo infinito de oírme decir:
«¡Te amo!».
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